Capítulo 4: "Evidencias, evidencias everywhere"

7:30 de la mañana. Suena el despertador. Lo apago. Me incorporo un poco en la cama y como un instantaneo rayo de luz su nombre se me pasa por la cabeza. "¿Qué?" Pienso. Hago una mueca extraña con la boca. "Venga, mira tú que bien. Como si no supiera ya lo que hay". Me acuesto de nuevo y cierro los ojos. Su recuerdo se clava en mis pensamientos. Pero yo no lo siento. Está ahí pero no me doy cuenta hasta que no pienso en lo que estoy pensando. Sí, hasta que no pienso en lo que estoy pensando. Y cuando lo pienso me doy cuenta. Me lo tendré que empezar a tomar enserio. Que sea mi primer pensamiento de la mañana justo después de apagar el despertador tiene que significar algo. Me levanto de la cama. Ya os sabeis el rutinario proceso desde las 7:35 hasta las 8:20 aproximadamente. Siempre es lo mismo así que no volveré a entrar en detalles. Bueno, hoy ha habido algo diferente pero que solo yo soy capaz de apreciar. Su pensamiento. La mañana en el instituto transcurre como siempre. Momentos aburridos, momentos en los que quisieras reir hasta reventar pero en la clase reina un silencio peligroso...lo que viene siendo una mañana no muy fuera de lo normal. Hasta que llega un momento de la mañana en una clase no muy interesante en la que abro el estuche y saco un rotulador negro. Me giro un poco hacia la izquierda pegandome a la pared y me escribo sus iniciales en la mano. Genial. Ya había dado un paso más en todo esto. Suena el timbre. Me despierto de mi misma. Entre el revuelo de la clase recogiendo mochilas y volviendo a sus respectivos sitios me encuentro con mi compañera de mesa. Le doy una palmadita en la espalda.
- Que coñazo de clases - en algo coincidimos.
- Ya te digo. Pero ya sabes como es.
Nos reimos. Me encanta esta chica. Cada día nos llevamos mejor y nos lo pasamos estupendamente en las clases. Estamos revolucionadas. Nos reimos con todo y le ponemos dobles sentidos a todo. Somos de toda la vida. Es cuestión de entenderse.
Nos sentamos. Aún queda otra hora para irnos a casa. Podíamos reirnos un rato. Aun que el profesor nos da mucho miedo. Da igual. No deja de ser otra clase en la que yo le pinto la primera letra del nombre de su novio en el cuello, ella me pinta rayas en los brazos, yo le gasto el tipex bueno y ella me pega. Y así todo el día. No nos cansamos. Ella se ríe cuando la miro porque algo que ha dicho el profesor puede tener doble sentido y yo me río porque ella se ríe. En fin. Lo pasamos en grande.
- ¿Cuánto queda? -  típica pregunta que suele hacer una "sin reloj" como yo.
- Tres minutos.
Empezamos a cerrar estuches, guardar cuadernos...cuando toca el timbre ya estamos todos levantados. Es una sincronización perfecta. Una milésima de segundo antes de que toque el timbre la puerta se abre y cuarenta alumnos aproximadamente corren por el corto pasillo hasta la puerta. Por fin. Últimamente ando cansadisima. No duermo muy bien y el instituto no es que ayude mucho. Salimos fuera. Mi compañera tiene que coger el autobús. Un beso y se va. Yo espero con Celia en la puerta, la de letras. Futura periodista. Alto nivel. Esperamos a Sara, mi mejor amiga. Esa que me viene a buscar por las mañana a casa y a la que no le importa subir hasta el segundo piso porque el telefonillo esté estropeado. Siempre sale más tarde. También tiene que bajar dos pisos y nosotras estamos en la planta baja. Sale.
- ¿Vamos?
Empezamos a caminar. Mi cabeza se centra en hablar con ellas pero a la vez esta en otras cosas también. Una pena que no las sepan. Nunca pensé en contárselo. Llegamos al cruce de calles y yo sigo los treinta segundos que me quedan de camino sola. Miro al frente, suspiro, me loco la chaqueta en la mano, siento el peso de la mochila...treinta segundos dan para mucho. Solo hay que saber aprovecharlos. En treinta segundos puedes decidir un futuro próximo. En treinta segundos puedes hacer un sueño realidad. En treinta segundos te pueden hundir la poca felicidad que habías acumulado. Lo que yo no sabía es que eso mismo me podía pasar a mí.

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